En el adoquín siempre puso Roubaix

Roubaix JoanSeguidor

La reina de las clásicas ya no sale de París pero sigue llegando a Roubaix

Hay enclaves donde el ciclismo hunde raíces y los marca de por vida, para siempre, en el mapa. Enclaves como Roubaix, que cada domingo de pascua, de ahí “la Pascale” reúne un pelotón de locos ciclistas que involucionan muchos años atrás para vivir la carrera más singular del calendario.

La irresistible involución de Roubaix

La clave de Roubaix está en dos personas, dos visionarios textiles llamados Théo Vienne y Maurice Pérez, éste de origen español.

En un arrebato de filantropía ambos contribuyen para un nuevo velódromo en la ciudad de Roubaix, polo de inversión del momento. La instalación sin techo era una pista de 250 metros de cuerda.

Impresión, Roubaix

Roubaix nació como telonera de otras carreras

Aquello era en el año 1896 y fue el primer año de la nueva carrera, la París-Roubaix, una locura hacia el norte que nació como telonera para los maratones del momento, carreras inhumanas y con el tiempo desaparecidas, como la Burdeos-París y la París-Brest-París.

En aquellos días, inciertos, de cambio de siglo, la nueva carrera con final en Roubaix , contó con otros actores importantes, como la revista Le Vélo.

La primera travesía hacia Roubaix fue en abril del mentado 1896. Era la primera París-Roubaix de la historia.

300 kilómetros de locura donde se impuso el alemán Josef Fischer quien se llevó mil francos, un pastizal en aquel momento.

En esas ediciones primeras el camino hacia Roubaix se hacía tras moto.

Las entrañas de Roubaix (I)

El adoquín ya era protagonista de la carrera, incluso en los años de su prehistoria, una quinta parte de recorrido se hacía sobre tan incómoda superficie, más de cincuenta kilómetros en un crucero de dolor que ya dejaba las partes de pavés como los grandes atractivos y novedades de la carrera.

Una carrera que pensó, por una vez, en el ciclista recortando las distancias totales cuando pasaron la salida a la ciudad de Compiegne, sede de excelentes monumentos.

65 kilómetros más al norte, Compiegne fue salida en los años setenta, los años de grandes nombres y ediciones antológicas con Kuiper, De Vlaeminck y Merckx, entre otros, repartiendo a diestro y siniestro.

Las entrañas de Roubaix (y 2)

Y es que, al igual que los “flandriens” en Roubaix sobreviven los ciclistas muy corpulentos, duros y prendados de la calidad suficiente como para nadar sin morir por los mares de adoquín.

La nomenclatura de Roubaix

Leyendas han puesto nombre y apellido a la historia de la París-Roubaix, carrera francesa que sin embargo tiene reyes belgas. Dos por encima de todos, Roger De Vlaeminck, el gitano que se las tuvo con Merckx, y Tom Boonen, el héroe moderno que supera por una a su gran rival Fabian Cancellara.

En la enciclopedia de Roubaix toman también protagonismo los enclaves, a la avenida que lleva al velódromo por el centro de Roubaix, se le unen los tres tramos cinco estrellas, los más duros y sin duda decisivos.

Las trifulcas del Bosque de Arenberg

La recta de Arenberg por entre el bosque es sin duda uno de los iconos universales del ciclismo, una imagen que trasciende naciones y afinidades. Luego vendrá Mons-en-Pévèle y finalmente el Carrefour de l´ Arbre, donde el infierno dicta sentencia y marca al ganador, porque el que gana Roubaix no es uno más, es la viva imagen del pasado en el presente, el ciclista atemporal, el corredor que perpetuará su nombre en una de las placas que jalonan las viejas duchas del viejo velódromo.

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