Las trampas están por doquier en la Amstel Gold Race
Hay algo en la Amstel Gold Race que chirría de inicio. Sus cotas, montañas, subidas, muros, caminos estrechos y empinados.
Cabe irse al sur del sur, al extremo más meridional de los Países Bajos para encontrar tales paradojas, para disfrutar de la Amstel Gold Race.
Aunque no es considerada, por poco, uno de los cinco monumentos del ciclismo si no fuera por su «juventud» ante carreras vecinas, como la Lieja, más que centenaria.
Le costó a la Amstel encontrar su encaje en el paisaje de la primavera.
Hubo un tiempo que se celebraba entre Flandes y Roubaix, cosa que era como decir entre papá y mamá. Un hecho que le perjudicaba.
Así se fue a finales de abril y luego, en tiempos más recientes, la Amstel Gold Race se insertó la semana antes de las Ardenas, de la Flecha y Lieja.
La Amstel Gold Race es la antesala de las clásicas valonas
Pero no por ello pierde identidad y atractivo una carrera atrapada en la tela de araña que en tiempos recientes pringa todo lo que toca con espectáculos previsibles, ceñidos muy al final, dejando en mero trámite el ir y venir por las carreteritas de Maastrich y Valkenburg.
Hay obsesión, entre los mentores de la carrera de complicar las cosas y esto pasa por alejar, lo más posible el emblema de la carrera, el Cauberg, de la meta.
Los señores de la Amstel Gold Race
La carrera nació en el 66 y el diario L´ Equipe la describía así:
«En la nueva prueba internacional Breda-Meersen han participado los mejores equipos del mundo y ha tenido un gran éxito deportivo y de espectáculo, al extremo que los organizadores ya se plantean más ediciones«.
En 2018 la carrera sigue su curso.
En su primera edición se impuso Jean Stablinski en un día de nieve y frío que duró ocho horas sobre la bicicleta con un desfase asombroso: de los 260 kilómetros que se marcaban en el libro de ruta, se pasó a correr 300.
Entre Stablinski e Hinault pasaron quince años y por medio estuvo Jan Raas, el auténtico coco de la competición, con cinco victorias, una más que Philippe Gilbert quien se ha aburrido de ganar en el lugar, porque a su poder sobre la Amstel Gold Race le añade el mundial que conquistó sobre las pendientes del Cauberg.
En la Amstel Gold Race no hay altitud, estamos en los Países Bajos, pero hay repetición, constante tintineo de subidas y bajadas sobre un pelotón que se desgaja en cada látigo, por cada pared.
Y ahí está el plomo que arrastra a los más débiles.