Hubo un tiempo que los tubulares y su calidad coronaban ganadores…
Retrocediendo al ciclismo de otros tiempos, recordamos con indudable admiración y hasta con cierta nostalgia, aquellos esforzados ciclistas equipados con vestimentas más o menos llamativas apostados en la línea de salida de cualquier competición. Nos llamaba poderosamente la atención, lo que son las cosas, contemplar sobre los hombros de los corredores participantes aquellos neumáticos de tonalidad más bien grisácea y oscura, atados o prendidos de manera rudimentaria sobre los hombros y espalda de cualquier hombre del pedal.
En las carreras constituía un elemento imprescindible y previsor ante cualquier eventual pinchazo, un contratiempo muy en boga en aquellas épocas en las cuáles los corredores ciclistas se veían obligados a transitar por carreteras pedregosas y, en general, en muy mal estado. Un suelo asfaltado era una estampa cara de ver en aquel ciclismo de antaño que no dudamos en catalogarlo de heroico, sufrido, y, a la vez, digno para ser admirado y contrastado. El camino de la gloria deportiva no era un objetivo fácil de alcanzar ante las ingratitudes que aportaban las carreteras.
Los neumáticos, aquellos elementos imprescindibles
Era una estampa un tanto corriente el contemplar a aquellos ciclistas sumergidos en la interminable serpiente multicolor pedaleando con más o menos entusiasmo hacia una meta más o menos lejana. Todos iban provistos con los correspondientes neumáticos de rigor, colgados sobre sus espaldas. Esta pieza adherida al cuerpo de cualquiera de los ciclistas que competían se la conocía más comúnmente como el tubular. Fue en el año 1955, cuando los corredores fueron prescindiendo paulatinamente de esta prenda tan útil y que se hizo tan popular en las carreras de cualquier índole. El progreso técnico exigía otros derroteros. Poco a poco, pues, fueron despareciendo como por arte de magia. El progreso y la modernidad exigían otros derroteros y otras facilidades a favor del corredor que se veía frustrado ante un inoportuno pinchazo en cualquier recóndita carretera.
Existían ampulosos vehículos que acompañaban la caravana perfectamente dotados de material diverso para auxiliar a los atletas del pedal ante cualquier problema de carácter mecánico. Las casas comerciales fueron las que adquirieron un protagonismo que con anterioridad nunca habían tutelado. El cambio de neumático pasó a ser responsabilidad de los mecánicos de cada equipo o escuadra. El corredor de aquella manera se sacaba de encima aquella pesadilla incómoda, ingrata; es decir, tener que manipular el tubular o neumático por sí mismo y sin ayuda de nadie. Este hecho tan corriente en tiempos del pasado pasó a ser historia.
Sabido es que las carreteras de entonces no eran precisamente una delicia. Incluso una parte de ellas estaba sin asfaltar; tenían una capa de gravilla, o bien una simple protección con tierra compactada. El escenario se convertía en un verdadero calvario. El soportar un pinchazo, o varios en una sola jornada, estaba a la orden del día. El neumático se había convertido en la pieza fundamental en el desarrollo de las carreras. En la actualidad, todos lo sabemos, la situación ha cambiado drásticamente. Nosotros en este comentario trataremos de transparentar unos hechos que tuvimos la oportunidad de poder vivir muy de cerca. Fue fortuito incluso el estar presente ante un pinchazo inesperado sufrido por tal o cuál corredor en una ruta polvorienta y hasta perdida. Era una situación angustiosa para el ciclista accidentado, a pesar de las precauciones tomadas. Los medios disponibles eran un tanto limitados y cualquier contratiempo de esta índole representaba una pérdida de tiempo notable.
Mercado negro para adquirir un tubular de calidad
El tubular en sí, este elemento que ahora muy pocos ciclistas suelen usar, consistía en una cubierta de caucho y en su interior una cámara, con las dos piezas integradas en un sólo cuerpo. Cuando se pinchaba el mismo corredor por su cuenta y riesgo se cuidaba de realizar la incómoda tarea que suponía el tener que restituir la goma. Los mecánicos de los equipos se preocupaban tan sólo de tener en existencia los repuestos suficientes para ir cubriendo cualquiera de estos contratiempos que caían casi siempre de manera inesperada. El suministro de neumáticos no fue nunca una tarea asequible para cualquiera, especialmente en nuestro país. Las escuadras de más renombre y con figuras consagradas tenían más facilidades para conseguir un buen material. Trataban a toda costa de nutrirse con suficientes existencias. Las escuadras más modestas, con menos recursos económicos, debían de trampear el temporal de la mejor de las maneras. Existía un mercado negro al respecto. El tubular no dejaba de ser en aquel entonces un repuesto esencial y su adquisición muy perseguida.
Los suministradores más conocidos en nuestra península fueron las entidades “Pirelli” y “Galindo”. Aunque bien es verdad que marcas procedentes de Francia e Italia dominaban la situación con más holgura por la calidad del producto servido. La única pega es que su coste era prohibitivo, muy elevado. No estaba al alcance de todos los bolsillos.
Aquel pinchazo de Mariano Cañardo en la Volta
Como colofón a esta divagación ciclista que siempre hemos recordado con natural apego retrocediendo al paso de los tiempos, quisiéramos comentar acerca de una anécdota que vivió el famoso ciclista Mariano Cañardo, que aunque era nacido en Olite (Navarra), en el mes de febrero de 1906, se trasladó pronto a Catalunya, y se le acepto y adoptó casi inmediatamente como ciudadano catalán. Fue un verdadero ídolo para los aficionados. Cañardo, desde luego, fue protagonista de muchas anécdotas a lo largo de su trayectoria deportiva.
Tuvimos la inmensa suerte de conocerle personalmente y mantener con el paso de los años una sólida amistad. Queremos dar luz, por ejemplo, a un hecho llamativo ocurrido en precisamente una edición de la Volta a Catalunya en la cual él concurría. Tras transitar por el control de avituallamiento de la localidad de Pons y algunos kilómetros más adelante, tuvo la desgracia de sufrir un inoportuno pinchazo, debiendo el mismo proceder a su reparación sin ayuda de nadie.
Así era dictado en aquel entonces por el reglamento. No le acompañó mucho la suerte al perder unos valiosos minutos ante aquel contratiempo. Enmendada la avería, se puso manos a la obra con el propósito de poder alcanzar al pelotón principal. Unos campesinos, que estaban apostados al borde de una carretera de segundo orden, envueltos por sendas nubes de polvo que levantaban la caravana multicolor motorizada, le gritaron a Cañardo al verle transitar: “¡Cuando logres alcanzar a los ciclistas que van delante tuyo, Cañardo ya habrá llegado a la meta!”
Lo cierto fue ¡vaya confusión! que Mariano Cañardo, el héroe de mil batallas, no pudo alcanzar al grupo de vanguardia en cuestión. No llegó primero a la meta, tal como auguraban aquellos rudos hombres de campo ante aquella presencia para ellos desconocida. Aquellos payeses, apostados al borde de la carretera, no se habían percatado de que aquel ciclista al que increparon y que pasó un tanto fugazmente ante sus ojos, no era otro que el mismo Cañardo, aquel atleta del pedal, catalán de adopción, que había movilizado a tantas y tantas multitudes y durante tantos y tantos años.
Por Gerardo Fuster