En ciclismo hay una cosa que los estadísticos tienen por la mano y es la casi completa imposibilidad que un día llegue alguien que gane todo lo que ganó Eddy Merckx, éste sí, un ciclista irrepetible, cuyo palmarés, como dijimos hace un par de años, cuando celebraba los setenta abriles, es la suma de los resultados de Defraeye, Gerrans, Van Lancker, Simoni, Chiapucci, Cipollini, Cavendish, Berzin, Bartoli, Planckaert, Ballerini y Evans, sumados, que no mezclados.
A pocas semanas de que el Tour salga de Alemania, ya se ha anunciado una salida desde Bruselas, la ciudad faro del llamado “el caníbal”, un corredor que sembró de terror las grandas carreras durante una década y que no hubo día que se pusiera un dorsal con el hambre de la victoria guiando sus pasos.
El fenómeno imberbe de 22 primaveras que domó las Tres Cimas de Lavaredo, el que fue asistido con oxígeno en el Ventoux, el que salió vivo del reto enorme que le propuso Luis Ocaña aquel día que vino el fin del mundo a los Pirineos y el que ganó su séptima Milán-San Remo con ese maillot, el ocre de Molteni, que hoy es moda para muchos.
Los periodistas reciben una convocatoria que no es como las demás: están citados al centro internacional de prensa de Bruselas, al mediodía de un primaveral jueves de marzo. El convocante es el mejor ciclista de la historia.
Con el patrocinio de la marca de ropa C&A, Merckx apareció en el atril del Hyatt Regency de Bruselas acompañado de un rubio mozalbete de nombre Axel, su hijo, para decir: “Éste es el día más triste de mi vida”. El requiebro, el calambre, no por esperado, no dejó de recorrer la sala, llena de periodistas que habían visto la subida de Eddy y presenciado lo complicado que lo tenía para seguir ahí arriba.
“Me he fijado una fecha limite, el 15 de mayo. Ya no puedo seguir preparando el Tour, mi gran ilusión para despedirme desde lo más alto. Los médicos me han recomendado tranquilidad” suelta y confirma lo que se esperaba.
Eddy Merckx tenía que declinar, no podía seguir el camino que se había trazado desde el momento que había jurado volver, un año antes, en Alpe d´ Huez, preso de la tristeza de ver que aquello no daba más de sí. Merckx quiso volver, hizo los movimientos para volver, pero donde no llega el coraje, abarca el diagnóstico de los médicos y esos pedían prudencia, ser el “Caníbal” con 33 años significaba una tralla difícil de asimilar, ni si quiera para el mejor de la historia.
Era la vida, la ley del deporte, del ciclismo, a los pocos días de anunciar su final, Merckx sabía de la explosión de un bretón, joven e insolente. Bernard Hinault se llamaba y estaba siendo convocado a ocupar el sitio de Eddy.