Una breve e imprecisa historia del cicloturismo

Hay tantos cicloturistas como historias de cicloturismo

Tengo 52 años. Con 3 años ya corría arriba y abajo con mi triciclo el pasillo de mi casa. Luego me compraron un coche a pedales con el que recorría todas las aceras de la plaza donde vivía de niño.

Aquel trasto móvil era la leche. Más tarde me compraron mi primera bici, que llevaba ruedines, claro.

Tendría yo unos 6 ó 7 años y entonces ya me lanzaba con ella a las calles del pueblo donde pasábamos los veranos, eso sí, con el lastre, y pasando un poco de vergüenza, la verdad, de llevar aquellos hierros que además hacían un ruido infernal al contacto con el asfalto. Menos mal que poco duré con ellos.

Gracias a la insistencia de mi padre que me empujaba a soltarme y «volar» solo, pude vencer el miedo a pedalear «sin red». Eso sí, la astucia de mi padre fue la de, un buen día, y sin que yo lo supiera, levantarme un poco las ruedecitas, lo suficiente como para que no tocaran casi el suelo y me dieran aún la sensación de que no podría caer.

El pequeño y benévolo engaño me llevó por fin a darme cuenta que podía pedalear sin ellos y sentirme libre, como nunca antes me había sentido. Lo recuerdo perfectamente, como si fuera ahora, y «sólo» han pasado 44 años. Casi nada.

Mis inicios en el cicloturismo fueron con ruedines

Cicloturismo JoanSeguidor

Con aquella bici estuve pedaleando por las calles de aquella urbanización durante bastantes años, pasando con mis amigos inolvidables vacaciones de «verano azul», en las que cogíamos aquellos hierros con pedales y nos íbamos de excursión a merendar al río.

No hace falta decir que las caídas, los trompazos y moratones estaban a la orden del día. Pero no pasaba nada, llegábamos a casa y nuestros padres nos desinfectaban la herida con alcohol, nos colocaban una tirita y a correr. ¡Qué recuerdos!

Ya con 14 años mis padres me compraron mi primera bici de verdad: una preciosa Emporium de color naranja, con un solo plato y cinco piñones detrás.

Todo un pepino de bicicleta «de carreras» para mí, súper ligera, con la que devoraba con hambre las duras rampas del pueblo y donde mis amigos no eran capaces de seguirme, teniéndose que bajar muchas veces de sus bicis para poner pie a tierra y superar la cuesta andando.

Pero… ¡ay! los veranos pasaron y aquellos chicos empezaron, con 16 años, a dejar sus bicis por las motos, mientras yo seguía con mi bici hasta que prácticamente me fui a la mili. Sí, a la «puta» mili. Fueron para mí unos años un poco «difíciles», porque mis amigos iban cambiando de motos e incluso algunos llegaron a comprarse un coche en cuanto cumplieron los 18 y se sacaron el carnet de conducir.

Recuerdo, por ejemplo, cuando íbamos a jugar a fútbol a otros pueblos y ellos iban motorizados, mientras yo siempre subía y bajaba en bici.

Pero no me arrepiento, para nada, aunque ellos, por supuesto, «ligaran» o fueran a la «disco» mucho más que yo. Pero bueno, eso es otra historia.

Acabada la mili, pues lo típico: entre estudios y la novia no tuve mucho tiempo para pensar en salir en bici… hasta que me casé.

Fue en una visita relámpago a la casa que tenían mis padres en aquel pueblo, donde pasé mi adolescencia, cuando la volví a ver: mi vieja y oxidada bici.

La vieja bicicleta me introdujo en el universo del cicloturismo

No dudé en llevármela, ya que yo había echado unos cuantos kilos por culpa de la sedentaria vida que llevaba, y pensé que me iría muy bien para practicar «algo» de ejercicio.

Estoy hablando de finales de los años 80 y yo, como muchos de vosotros, me había enganchado a practicar este deporte gracias a ver en la tele los hachazos de Perico en las montañas del Tour.

Fueron un par de años en los que me dediqué a salir por las transitadas carreteras de mi ciudad.

No hacía muchos kilómetros: a lo sumo 15 ó 20.

Meses más tarde, a mi ex mujer se le ocurrió la feliz idea de regalarme, para mi cumpleaños, una auténtica bici de carretera, lo que fue para mí una sorpresa mayúscula: una Prestige 105 con todas las prestaciones del momento. Y con ella empezó todo: fui aumentando los kilómetros y las ganas de salir, empecé a hacer amigos y me apunté a un club, donde pude descubrir rutas y muchos puertos, en las salidas de fin de semana.

El color de una bicicleta define al ciclista

Tenía ya una edad tardía, casi 25 años, cuando me inicié en esto que tanto nos apasiona: el cicloturismo; aunque bien pensado, quizás cuando yo me desplazaba con mi Emporium, de pueblo en pueblo, a principios de los 80, ya estaba practicando una especie de cicloturismo aún poco conocido en nuestro país. En efecto, yo al menos no conocía a nadie, ni tenía ningún amigo, que hubiera dado en aquel tiempo ni una sola pedalada como cicloturista.

En la década de los 70 puede que hubiera algunos que usaran la bici en salidas matinales a playas cercanas, pero cicloturistas, lo que se dice cicloturistas por nuestras carreteras, algunos se verían, pero casi siempre eran extranjeros.

Realmente durante aquella época veníamos de unos hechos históricos en nuestro país que, como en muchos otros ámbitos de la vida, también afectaron al cicloturismo, ya que Europa nos llevaba muchos años de adelanto en el uso de la bici en cuanto a presencia social, porque además la concienciación medioambiental era muy superior en los países europeos.

Cicloturismo JoanSeguidor

De todo esto saben mucho, y de hecho así nos lo han explicado, los legendarios clubes centenarios (o casi) que se fundaron en nuestro país a principios del siglo pasado, organizando excursiones todos los domingos buscando «sitios pintorescos» por todos los rincones del país.

Por tanto, si pensamos que el cicloturismo es un «invento» reciente andamos bien equivocados, porque a estos pioneros de principios del siglo XX sólo les movía el excursionismo en bici.

No creáis que eran pocos, no, muchos excursionistas se juntaban para «pasear con su orgullo su banderín y dejar por unas horas la vida monótona y febril de toda gran urbe», tal y como nos han contado los ciclistas más veteranos de estas sociedades reconocidas por sus largas trayectorias, escritas a golpe de pedal en la historia del cicloturismo: un puñado de acérrimos excursionistas cuya misión era fomentar el ciclismo turista.

Pero el 18 de julio del 36 supuso para muchas entidades estar unos cuantos años sin funcionar, ya que tendrían que esperar hasta los años 40, y sobre todo los 50, para retomar las actividades en una época, todo sea dicho, que montar en bicicleta era signo de distinción y glamour.

El cicloturismo como lo conocemos hoy

Llegamos a los 60 y las actividades empiezan a disminuir de nuevo, sobre todo en los 70,  en los que muchas sociedades no fueron ajenas a la crisis del petróleo del 73 -disfrazada en España por la dictadura-.

Muchos clubes mantenían una mínima actividad, más bien escasa o casi nula, y algunos estuvieron a punto de desaparecer.

Numerosas entidades se salvaron de nuevo gracias a sus gentes, a la voluntad de grupos de socios que, a base de mucho esfuerzo y sacrificio, tuvieron el empuje definitivo para remontar el vuelo.

Estamos a principios de la década de los años 80 y los nuevos proyectos hacen que los clubes recuperen sus actividades, doblando, y hasta triplicando en muchos casos los participantes de las diferentes excursiones de fin de semana, recuperando el protagonismo en el panorama cicloturista.

En efecto, es el boom de los 80 y, ya fuera por placer, moda o simplemente necesidad, la bici se empieza a ver por las carreteras del país siendo muchos los que la empiezan a utilizar como medio de turismo.

Es al principio de este «renacimiento» del cicloturismo cuando se empiezan a dar una serie de factores determinantes para que muchos vean la bicicleta con otros ojos.

Por poner algunos ejemplos, en aquellos años la población siente la necesidad de llevar una vida más sana y motivadora, gracias sobre todo a la mejora de su nivel cultural; grupos ecologistas y pacifistas ven en la bici referencia y modelo a seguir por todos sus valores medioambientales; muchas ciudades comienzan a celebrar sus «fiestas de la bicicleta», organizadas por sus ayuntamientos, que además promueven tímidamente la instalación de los primeros carriles para bicis; y sin duda el espaldarazo definitivo fueron las retransmisiones televisivas de la Vuelta y el Tour, primero siguiendo a Perico y luego a Induráin, que provocaron la aparición de numerosos grupos cicloturistas.

Cicloturismo Indurain JoanSeguidor

Estamos a caballo entre los 80 y los 90, y es cuando empieza a salir a la carretera una nueva especie de ciclista: el globero.

Y el cicloturismo conoció al globero

Así es, en estos años, estos usuarios de la bici de “carreras”, que querían emular a sus ídolos profesionales -entre los que me incluyo- usaban ruedas de cubierta y por tanto cámaras de aire.

De ahí viene el término: hinchar los globos. Sólo los pros usaban tubulares, ya que hace 30 años no había ruedas que no fuesen de este tipo con una calidad decente, algo muy distinto a hoy en día en que la diferencia ya no es tanta.

Era una época que todo estaba por hacer: había que introducir el cicloturismo en las diferentes federaciones de ciclismo que trabajaban casi en exclusivo por y para la competición; a nivel cultural, no había ninguna información, ni guías, ni nada que se le pareciese en nuestro país, para poder disfrutar de un viaje cicloturista, y en transportes, aún estábamos lejos de la incorporación de la bici en medios como el tren.

Es de agradecer ahora que aquellos pioneros viajeros en bici se lanzaran a la aventura de pedalear por todo el país, jugándose muchas veces sus vidas, pero con muchas ganas e ilusión fueron adquiriendo información y experiencia para luego publicar aquellas primeras guías de viajes cicloturistas, empezando a marcar el camino de rutas por las diferentes comunidades autónomas y sembrando las primeras semillas para que se multiplicaran, de manera espectacular, los practicantes de esta modalidad de ciclismo que tanto nos gusta.

Echando la vista atrás podemos comprobar que hemos avanzado mucho, pero hemos de seguir pedaleando fuerte en temas tan importantes como nuestra seguridad vial para seguir disfrutando de zonas de belleza natural y llegar a pueblos que aún sigan conservando el encanto de lo rural.

Por Jordi Escrihuela

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