“Dios creó la bicicleta como instrumento que pusiera en valor el esfuerzo del hombre en la dura carretera de la vida” cuenta la inscripción que hay bajo el busto de Fausto Coppi en la colina del Ghisallo, la ermita de los ciclistas, desde donde su Madonna se asoma a uno de los lados del Lago de Como, el lugar que vio nacer Alessandro Volta. Il Lombardia…
Año 1948, Italia quebrada por la postguerra, Italia quebrada entre Coppi y Bartali, una incipiente rivalidad. El Papa Pio XII sabe del poder del ciclismo y pide a los dos ases del momento que porten una pequeña llama encendida en su residencia de Castelgaldonfo desde Milán a una pequeña ermita por encima de Bellaggio.
Esa ermita está en el pueblo de Magreglio, es la cima del Ghisallo. Ahí el calor de la llama permanecerá entre los inviernos alpinos y los verdes veranos. El mismo Papa diría que ese lugar debería ser la ermita, el “Vaticano” de los ciclistas. Si Roma tiene romeros, Santiago, peregrinos, la ermita de Ghisallo, ciclistas.
Ese 1949 es mágico, Fausto Coppi, el lombardo de disoluta vida, fino como un junco que se dobla lo justo, pero no se rompe, gana el Tour. Muchos años después, hace 25 desde hoy, Fabio Casartelli, el Motorola que moriría en las rampas del Portet d´Aspe,t gana la medalla de oro en Sant Sadurní d´ Anoia, son los Juegos Olímpicos de Barcelona. Francesco Moser, años antes batiría el récord de la hora en los más de 2000 metros de México DC.
Los tres dejan testimonio material de su éxito en la Madonna del Ghisallo, como Miguel Indurain quien pululando por la ermita de los ciclistas sondea entre maillots, banderines, carteles, dorsales, gorras y bicis donde está su túnica amarilla. Jesús le ayuda en el empeño, Jorge, también: “Ahí está”. De entre cientos de objetos ven el maillot de Miguel, el maillot amarillo que sigue íntegro, perfecto, tantos años después. En foto distingo que es de su quinto Tour.
Están en medio de la París-Modena, algo que no es no hablamos de un evento ciclista al uso, no es competitiva, se le considera un reto, una forma de medirte en terrenos prendados de encanto, sí, pero sobre todo de historia e historias, y no todo relacionado con la bicicleta, aunque ésta sea el hilo.
El parque de Eurodisney es el telón de salida, el anfiteatro para dar inicio a una aventura de cinco días, en etapas diseñadas para el ciclismo, el ciclar, y disfrute de la bicicleta, pero también de la bicicleta. “Art de vivre” que le llaman en el lugar.
Y hay sitio para todos, ciclistas de todo perfil y procedencia y gente conocida. Este año por ejemplo tomó parte el que fuera jugador de baloncesto José Míguel Antúnez, el chaval de Estudiantes que levantó la octava Copa de Europa del Real Madrid. También pilotos de Fórmula 1 como Paul Belmondo y Ukyo Katayama y exciclistas, sí, Davide Cassani, el míster de la italiana.
Porque el recorrido no era sencillo, desde el corazón del hexágono, desde Reims y Tours-sur -Marne a los alrededores del Lago di Como y esas villas embebidas por la abrumadora naturaleza del lugar, como Bellaggio, y el paso por Milán antes de bajar hasta su punto y final.
Esta prueba tiene sus raíces tres años atrás, camina por su cuarta edición y tiene su principal objetivo en una fundación, de nombre “Rêves”, sueños en francés, que mejora en algo la vida de niños gravemente enfermos. En esta ocasión se consiguió recaudar hasta 15.000 euros.
En la nutrición de los participantes estuvo 226ERS, la empresa española que puso geles, barritas, isotónico, recovery y dio a probar sus gominolas, las “Sport Bits”, y la nueva fórmula de las Neo Bar, sabor chocolate + banana.
Todo bajo el amparo de la filial francesa de Maserati, en cuya cuna aterriza la prueba a los cinco días, sí en Módena, en ese corredor prodigioso que es la Emilia-Romagna, aunque en este lugar haya más de Emilia que Romagna… una aventura