La historia imposible de Hinault y Lemond

La leyenda habla mucho de Hinault y Lemond…

Más de 30 años han pasado de la edición más surrealista de la historia del Tour de Francia, una carrera que creo no equivocarme al decir que situó el ciclismo en unas cotas de misticismo y leyenda que posiblemente sólo respirara en el ciclo de después de la segunda Guerra Mundial con Bartali & Coppi, como antesala al glamour de Jacques Anquetil, y el periodo de Eddy Merckx, el astro rey alrededor del quien todo giró.

Con el Tour de 1986 como pretexto, “Slaying the badger” es uno de los documentales más logrados que se han hecho con este deporte como eje. La relación imposible de Bernard Hinault, el cinco veces ganador del Tour, y último francés no lo olvidéis, y su delfín Greg Lemond, el ciclista que hizo redondo este deporte, que lo metió en los Estados Unidos por la puerta grande y le dio el caché que hoy tiene.

Entre uno y otro trenzan una historia que va a los principios, al Hinault que maravilló desde juveniles y al Lemond que viajó con lo puesto a Europa para ganarse el pan entre los lobos franceses, belgas e italianos. Aunque ciclistas de ultramar habían aterrizado en el viejo continente, ese californiano, que nació como quien esto escribe un 26 de junio, tenía un brillo especial, una aureola que le dio un mundial prontísimo y el estatus de figura y sucesor oficial de Hinault, una vez ambos corredores recalaron en La Vie Claire, ese equipo del que no nos cansaremos de hablar en este mal anillado cuaderno, porque aquello el ciclismo no lo ha vuelto a hablar.

El plan de Bernard Tapie, el turbio magnate francés que acabó encausado por mil historias y cuyo perfil nos sugiere el inefable Oleg Tinkov, era que Lemond ayudara a Hinaullt en el 85 y al año siguiente el bretón le devolviera el favor. La hoja de ruta, como gusta llamarse hoy en día, saltó por los aires cuando Hinault burló el pacto en el instante que  le tocaba la ingrata parte de cumplir su parte.

Ese tipo afable que hoy veis en los podios del Tour de Dauphiné o París-Niza, ese lugareño sacado de las planicies bretonas, ese tipo era un volcán cuando competía y de nada le sirvió el compromiso inquebrantable que le mostró Lemond cuando sangraba abundantemente en la meta de Saint Ettienne en 1985, siendo líder con pies de barro. Al año, con Lemond señalado, Hinault le puso al límite casi de salida, jugando al todo en los Pirineos y lanzando incertidumbres por los micros cuando todo pareció sentenciado en Alpe d´Huez.

Oí el otro día que aquel Tour fue una película y creo que fue algo más, un serial de ciclismo, competición, vida y humanidad. Como Hinault sólo hubo uno y Lemond abrió las puertas a este deporte mucho más allá de lo que inca soñó. Tiempo de ensoñación, un ciclo irrepetible que según algunos murió con el desembarco masivo de EPO y otras historias, una verdad a medias, porque por mucho que los Hamspten, Lemond y cía quieran jurar, ellos también ganaron en medio de podredumbre y no por eso nunca dejamos de creer en su grandeza.

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