La joven pero intensa historia del Angliru

Mi primera ascensión al Angliru va camino de cumplir 18 años. Bueno, la primera y la segunda también, porque fueron casi seguidas -sólo tres días de diferencia-. Como siempre, pensaréis a qué vengo yo ahora a explicaros batallitas en el coloso asturiano, cuando habréis leído sobre él ríos de tinta con experiencias para todos los gustos.

Supongo que debe ser por la edad, cuando uno ya empieza a tener unos cuantos años, y echa la vista atrás para recordar épicas jornadas en bicicleta, que ya quedaron en un pasado que muy difícilmente van a volver. Ley de vida.

Mis dos iniciales escaladas al muro de Riosa han cumplido la mayoría de edad, y perdonad que remarque este hecho, porque es como tener un hijo al que has visto como ha ido dando sus primeros pasos, ha crecido, se ha fortalecido y se ha hecho mayor.

Exacto, a eso me quería referir. Yo subí por vez primera lo que en un principio se quiso llamar como La Gamonal, “un coloso de espanto”, antes que en sus rampas se empezaran a escribir en letras de oro la historia de esta cima de leyenda. Incluso mi segunda ascensión fue antes que lo hicieran los profesionales, al menos en carrera y en competición.

Por tanto, las crónicas de las batallas que aquí iban a suceder aún estaban por escribirse. En ese sentido, esa cinta asfaltada que se disparaba hacia el cielo, aún permanecía en blanco y ahí quedaba a la espera de que en sus cuestas se narrara el mito que estaba a punto de nacer.

Mi historia personal, en aquella nueva cumbre del ciclismo mundial, la empecé a escribir un 9 de septiembre de 1999. Sí, aquel esotérico día del 9, del 9, del 99, en el que algunos profetizaron el fin del mundo, un apocalipsis que se daría al día siguiente cuando todos los sistemas informáticos pusieran “por defecto” sus contadores a “0-0-00”, que nos harían volver, según algunos iluminados, a la época de las cavernas, que eran los mismos que nos advertían del terrorífico “efecto 2000”. ¿Recordáis todo esto?

Cartel del Angliru

Fueron dos o tres años, entre el 99 y el 2001, que vivimos una especie de pánico contenido al cambio de milenio, parecido, salvando las evidentes diferencias, al que vivieron hace mil años nuestros antepasados en la Edad Media. Algo comparable a lo que pronosticaban con el no menos famoso 21 del 12 de 2012, en el que, haciendo caso de la profecía maya, se nos acababa el mundo.

Entenderéis que para mí aquella fecha quedara grabada a fuego, fácil de recordar, si bien es cierto que todos nosotros, los cicloturistas, no olvidamos fácilmente cuando escalamos por primera vez un puerto de categoría especial, hace ya… ¿o no es así?

Si aquel día era jueves, por cierto, de mucho calor en el Principado, al siguiente fue viernes, por supuesto -echando por tierra las teorías de los catastrofistas-, y al otro sábado, hasta que llegó el esperado domingo 12 de septiembre de aquel año 99. Otra jornada para el recuerdo.

Aquel festivo no tuvimos buen tiempo, amaneció lluvioso y con el típico orbayu asturiano que se prolongó durante todo el día.

No voy a narrar aquí y ahora lo sucedido en aquella mítica etapa. Ya lo hice en su tiempo y todos la recordamos por muchos y variados motivos.

Hasta aquí, punto.

Volver a hablaros del Angliru es algo que siempre apetece y llama la atención. Sólo escuchar su nombre puede desatar entre nosotros pasiones bien diversas.

Por eso quería explicaros mi última experiencia vivida en sus curvas, ya que fue no hace mucho: el pasado verano, durante el mes de agosto, aprovechando unas vacaciones en Asturias.

¡Hey, pero no me dejéis de leer! No será una crónica de sota, caballo y rey. Intentaré que sea algo diferente.

Cartel en el Angliru

La verdad es que no podía marchar sin antes hacer unas visitas al señor del Angliru y a la señora de Covadonga. Para los que amamos el cicloturismo, ir a esta hermosa tierra y venirse sin subir estas memorables ascensiones es como marchar de esta tierrina sin probar la fabada, el queso de Cabrales o la sidra.

Así que allí volví con una pinta que mejor ni os cuento. Me dejaron una bici, una buena mountain bike, con unos desarrollos para subir paredes, nunca mejor utilizados. Digo mejor no explicaros porque mi aspecto distaba mucho a la de un ciclista “normal”: ataviado con pantalón corto y camiseta, gorra y casco, no necesitaba nada más para poder volver a disfrutar de su ascensión. Bueno, sí, algo con lo que pedalear y un bidón de agua.

Me daba la sensación de ir como a pecho descubierto, sin nada que perder y mucho a ganar: vencer de nuevo a la bestia, aunque esta vez lo hiciera con poca preparación y sobre todo con una pinta de globero que cualquiera que me viera podría pensar que adónde iba este de excursión con la mochila.

Eso es, iba de paseo, sin importarme el tiempo que pudiera tardar, parando si hacía falta para contemplar el paisaje asturiano, porque además había tenido la suerte de haber escogido un día radiante de sol, despejado y sin una sola nube.

Se trataba de degustar pedalada a pedalada, palmo a palmo, cada kilómetro, cada metro de la ascensión, sin agobios, sin prisas, sin reloj ni pulsómetro. Fui a disfrutarlo y no a sufrirlo.

Pensaréis que cómo se puede disfrutar un puerto así. Pues sí, y muchos sabéis de lo que hablo, además que hoy en día los desarrollos ayudan y de qué manera, a diferencia de lo que llevaba hace 18 años, y con ellos se pueden subir estos muros digamos que tranquilamente.

Coronar para mí, de nuevo, fue una satisfacción enorme. No dudé nunca en que lo iba a conseguir. Los músculos, las piernas, tienen memoria, y con corazón y cabeza todo se supera. Eso sí, no me preguntéis lo que tardé, bastante más que mi primera vez, pero seguro que esta vez lo saboreé  con más gusto.

La escalada en sí no tuvo mucha más historia que el propio goce de hacerlo una tarde de verano, donde no había casi nadie, muy diferente al bullicio que se vive, las aglomeraciones y el brutal turismo que inunda Covadonga, convirtiéndola en un parque temático.

La nueva grata experiencia me hizo palpar cada rincón, cada curva, extasiarme con este plató al aire libre, con esos anfiteatros que se elevan por encima de nuestras cabezas, alucinando con la visión de La Cueña de les Cabres, allá arriba, como una pista de salto de esquí alpino, de compartir mi cansino pedaleo con las vacas que paseaban por medio de la calzada, yendo más deprisa que yo; llegar arriba y tocar el cielo con las manos, solo, recreándome en aquel escenario y fijándome en cada detalle.

Mientras subía, pude ir leyendo todo lo que se ha escrito sobre el Angliru, desde aquella mañana del 99 hasta su última ascensión en 2013, porque en cada curva hay testigos de madera en los que podemos “ojear” las primeras planas de los periódicos que en su día dedicaron sus páginas a plasmar negro sobre blanco la épica escrita en este Olimpo del ciclismo.

Encontraremos primero un panel con los nombres de todos los vencedores en su cima: el recordado Chava Jiménez (99); Gilberto Simoni (2000); Roberto Heras (2002); Alberto Contador (2008); Juanjo Cobo (2011) y Kenny Elissonde (2013).

Más adelante veremos los titulares de diarios como Marca de aquel 12 de septiembre del 99: El infierno. Hoy la etapa más terrorífica de la historia”, con un premonitorio fotomontaje del Chava “escalando” un muro con cuerdas, como si fuera un alpinista: “voy a intentar subir el primero”. También quedan reflejadas páginas de La Nueva España en el año 2000 con cabeceras como “La vuelta del coloso. El Angliru dictará sentencia a un pelotón temeroso de sus rampas”, explicando cómo “la montaña riosana había resucitado una zona deprimida y una Vuelta necesitada de emociones fuertes”, y “como el antiguo camino de vacas que sube hasta llamar a las puertas del cielo es ya la llegada más famosa de la ronda española”.

No falta espacio dedicado en 2002 cuando “Heras conquistó “su” Angliru, con una gran exhibición bajo el diluvio, poniéndose líder y sacando tiempo a Aitor González” o el “Olimpo de pasiones” que dedicaron, con grandes letras, a la afición, como homenaje “a las decenas de miles de aficionados que, con su apoyo, sus banderas y sus pancartas, convirtieron el Angliru en un santuario para rendir culto a los ciclistas y que ni siquiera la “tormenta del siglo” ni la niebla pudieron frenarlos”.

Avanzando, nos percataremos de otra profética portada bajo el título “El infierno de la Vuelta. La llegada al Angliru resucita el interés por el ciclismo” con unas declaraciones de Alberto Contador: “me gustaría ganar esa etapa”, en un terreno “en el que ha de marcar la diferencia” ya que la rampa del 23,5 en la Cueña de les Cabres asusta a los corredores, incluso con una frase del alcalde de Riosa: “El Angliru es el faro del ciclismo mundial”.

Frases como El Angliru, una pared descomunal o “Bestial, lo más duro que se ha subido nunca”,  recogen más páginas de diarios como El Comercio; en una de ellas, de 2008, recuerda “los tres viajes al infierno de Jiménez, Heras y Simoni, los tres únicos escaladores -hasta aquel momento- dominadores en la cima de L’Angliru”.

Para finalizar, arriba en la campa, donde damos por finalizada la subida, una estela levantada allí mismo el 12 de septiembre de 2010 “en recuerdo del hermanamiento entre Mazzo di Valtellina (Italia) y Riosa, lugares donde se encuentran ubicados respectivamente el Mortirolo y el Angliru, puertos míticos del ciclismo mundial”.

Este año es el de la «Vuelta» al Angliru, para nuestro completo regocijo, con ganas de seguir haciendo historia y escribiendo más páginas “negro sobre blanco”.

Por Jordi Escrihuela

Imagen tomada de forodeciclismo.mforos.com

 

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