Una ruta por el Priorat que marida ciclismo y paisaje
No hace tanto, unos treinta años atrás, cuando desde Cambrils se miraba tierra adentro y veías la Teixeta, creías que no había vida más allá, aunque los mapas hablaran del Priorat. Era una frontera natural obvia, salvada la gran planicie de los fecundos almendros de Montbrió del Camp, allí donde brotan aguas termales, ver esa pared montañosa, era una faja visual y también moral. .
Y la suerte de este enclave aislado cambió con esos dos personajes que decidieron que el priorat fuese para, René Barbier y Álvaro Palacios, que vieron prosperidad donde muchos dibujaban locura e inconsciencia. Presos quizá un poco de eso último, llevaron el “savoir faire” bodeguero de la misma Rioja, del centro de Haro, para hacer los mejores y más caros vinos de España. Porque lo valían.
Y la suerte de este enclave aislado cambió con esos dos personajes, René Barbier y Álvaro Palacios, que vieron prosperidad donde muchos dibujaban locura e inconsciencia. Presos quizá un poco de eso último, llevaron el “savoir faire” bodeguero de la misma Rioja, del centro de Haro, para hacer los mejores y más caros vinos de España. Porque lo valían.
Habían puesto el Priorat en el mapa.
Hoy vamos a conocer el Priorat ¿puede haber nombre más monástico? Encajado ahí, por los frontales del Montsant y los contrafuertes de Escornalbou de perennes vigías, la comarca es un vergel, dos mil kilómetros de rutas, serpenteantes, por entre montículos, terreno “pestoso” para un pro, un deleite para quien quiere fluir por carreteras que, sin ponerte al límite, te exigen buen tono y mejor forma.
En la entrada del cycling Cambrils Park Resort, una docena de ciclistas irlandeses se prepara para la jornada. Es noviembre, no hace un frío intenso, para quienes viven en latitudes septentrionales no deja de ser un veranillo, una suerte de paréntesis en los oscuros inviernos que toman su Dublín y alrededores.
El día es luminoso en el priorat. Corre aire. La gente de Cycling Costa Daurada espera se complete el grupo. Revisan el papeleo, les han traído desde Irlanda, y no es la primera vez para que prueben las delicias de la zona. Están fidelizados. Una cosa es probar una cosa, una vez, la primera, otra diferente es volver, y muy distinto volver cinco veces.
“Volvemos porque es un sitio muy bonito, con gran cultura y muchas cosas por ver, pero además en una época perfecta, ni muy fría ni con excesivo calor. Las carreteras son muy atractivas y los entrenamientos se hacen sencillos. Acostumbramos a traer dos grupos al año del mismo tamaño, éste de diez en noviembre y otro en enero” dice Anthony, el responsable del grupo.
“Podríamos venir veinte- prosigue-, pero no garantizaríamos la misma calidad”.
Briefing. En los aledaños de la estación de ciclismo de Cycling Costa Daurada, justo a la izquierda entrando por la recepción del Cambrils Park, se disponen las bicicletas. Algunos traen las suyas, otros quieren evitar el engorro de viajar con ellas, incomodidades, posibles golpes. En Cycling Costa Daurada tienen unas “tope de gama”, talla adecuada, para quienes no quieren exponer su flaca a un viaje.
Jaume les reúne entorno a una mesa. Apoyado en la pared, en medio de la misma una tabla con un mapa del lugar. Mira al cielo, prevé que va a ser un día ventoso, pero Jaume quiere la bienvenida a lo grande: con su dedo índice traza sobre el papel el recorrido a realizar. Ese dedo se adentra en el mapa.
Advierte de dos grupos, que se separarán coronada la Teixeta. El primero se insertará hasta la entraña del Priorat, hará más de cien kilómetros, plan perfecto para estirar las piernas después del viaje del día anterior. El segundo grupo irá a unos ochenta kilómetros, un trecho más corto y menos exigente. Jaume va con el primero, Jaime con el segundo.
Jaime es otro miembro del staff de Cycling Costa Daurada. De origen suizo, domina idiomas y bicicleta con la misma soltura. Se queda siempre atrás del grupo, pendiente que todo vaya compacto. Sube y baja al coche que sigue a los ciclistas. Es la baliza trasera, el asidero de seguridad que necesita el grupo.
Mientras los “Jaimes” comentan la jugada con los ciclistas, Marc, sales manager de lunes a viernes neerlandés, prendado del calorcito del lugar, el sol de la zona y el paisaje del entorno, carga el coche. Frutos secos, cookies, chocolate, gominolas, barritas y garrafas de agua. También ruedas, recambios y cualquier elemento que se necesite para la ruta.
Son cuatro horas largas, con paradita en un café de Falset, el lugar donde los dos grupos se volverán a junta. Los irlandeses aman parar a hacer el café, se deleitan con un pequeño bocata mientras comentan lo vivido. Aprecian esas cosas que aquí no valoramos si no hemos sufrido un clima como el suyo.
En marcha
Chasquidos en el silencio. Las zapatillas se acoplan a sus calas, el grupo se dispone a partir hacía el priorat. Jaume en cabeza marca el primer callejeo por Cambrils ruta hacia Montbrió del Camp. Jaime cierra el grupo, detrás Marc atento a cualquier evento, conduce la furgoneta.
El primer tramo es más engorroso, con algo más de tráfico, planicie que se rompe con los frontales montañosos que anuncian dificultad. Ésta llega escalonada. Ruidecanyes, un acueducto y la presa ponen telón de fondo al grupo que está compacto, por poco rato. Según se gana altura, el viento empieza a soplar, se nota molesto, aunque no lo suficiente para que algún ciclista se descuelgue del pequeño pelotón y deje el chaleco a Mark. Otro no va a gusto con su rueda, Mark se la fija. Eso es servicio.
Cima de la Teixeta. El frío se deja sentir. Marc ha tomado ventaja a los ciclistas, que ahora sí van en cuentagotas: primero unos cuantos y luego un rosario, de uno en uno, poniendo a prueba su punto de forma. Jaime los va recogido y remolcado por detrás. En el grupo delantero se ve gente con traza, perfil apolíneo y maillots que sientan de muerte. Se nota que se machacan o que se cuidan. O ambas cosas.
En la cima Marc ha dispuesto la paradita. En un pequeño ancho, en el margen de un curva, con el Mediterráneo disimulado por entre crestas, a la espalda, y el Priorat, esperando al otro lado, los ciclistas se paran. Algunos vienen sofocados, el ritmo ha sido alto. Se ponen ropa, porque ahora les espera una travesía no tan exigente como la Teixeta, aunque excitante, con sombras y claros, alternándose azarosamente.
Toman agua, chocolate, engullen gominolas, como Sagan en no sé qué carrera. Tiempo justo para descansar y no enfriarse. Se ponen las pilas, antes de un descenso que nos pone en situación. La montaña mechada de otoño se abre a nuestros ojos, mientras el grupo navega, arriba y abajo, por uno de los 2000 kilómetros de carreteras que ofrece la región, carreteras en la mayoría de los casos, en las que no te encuentras a nadie o casi nadie.
Tráfico escaso, tranquilidad y pueblos que tienen una pinta extraordinaria. Rodeamos Torroja del Priorat, atisbamos el empedrado de sus cuestas, y apreciamos las siluetas con el frontal del Montsant a nuestra derecha. Cruzamos el Siurana, el río del Priotat y seguimos al grupo grande, el que va a más de cien kilómetros, conducido por Jaume.
Falset marca la vuelta a casa
Falset es la capital de la comarca, pero ello no le quita el encanto de ser atractivamente pequeña, con menos de 3.000 habitantes y un ambiente que rezuma tranquilidad. Los ciclistas se sientan en una pequeña terraza, al pie de la carretera que les ha conducido hasta ella y comentan la jugada.
Han nadado sobre su flaca por los surcos del Priorat, ha sudado, se sienten bien, pero vienen con la mirada llena de estampas, de terrazas dedicadas al vino, sitios en los que nadie creyó hasta que unos pioneros decidieron jugarse su patrimonio para hacer el mejor vino de España. Bodegas y cooperativas por Porrera, La Vilellla Alta y La Vilella Baixa, Gratallops… donde la bicicleta marida con el vino, su paisaje, su cultura y su gente.
La vuelta del priorat se hace por Cambrils concretamente por Colldejou. Otra vez toca sufrir, quizá más por el peso de los kilómetros que por la pendiente, porque desde este lado el desnivel es menor que viniendo por el mar, el mar esa azul cortina que ahora sí, con el sol en su plena potencia, brilla y embriaga, como el premio a una jornada de pedaleo fino y suave.
Desecho el camino, el grupo se junta para el tramo final. Buen ritmo, caras de relax. Cambrils espera. De nuevo en la estación de ciclismo, una cerveza espera. Es mediodía. Apetece tranquilidad, un bungalow en la zona mediterránea les espera. Ha sido el primer día, les esperan otros cuatro así.
“El recorrido es maravilloso –dice Anthony-. Tenemos una subida a 800 metros, pequeñas cotas, una ruta por grandes paisajes y una parada perfecta para el café”.
Al final, Cycling Costa Daurada les montará una pequeña reunión, un momento de charla y pase de fotografías al albur de un buen vino con el que comentar lo que ha sido una semana de ciclismo por Tarragona y las maravillas que esconde.
El alojamiento
Compuesto de tres partes, el Cambrils Park Resort está en estos meses de otoño e invierno en actividad baja. Sin embargo, es en este periodo cuando más y más ciclistas llegan de zonas frías o hastiados de destinos más saturados, en busca de un servicio top en un entorno de tranquilidad en zona de viñedos, Priorat como referencia. Es por ello que de septiembre a mayo el recinto se comercializa como Cambrils Park Sports.
En sus cuatro años de vida, Cycling Costa Daurada ha conseguido mover unos 500 clientes anuales que han asegurado más de 2500 pernoctaciones, un alivio que permite mantener con un hilo de actividad unas instalaciones de primer orden, pues el ciclista que se aventure por el lugar tiene comedor y fitness center a su disposición, al margen de una habitación a su conveniencia.
“El Reino Unido está sacando constantemente grupos de cycling de15 a 20 personas para practicar ciclismo. Hablamos incluso gente de negocios que puede hacer un break de varios días, acompañada por su familia y disfrutar de la bicicleta en entornos más agradables” concreta Anthony.
Definitivamente, el ciclismo ha alargado la temporada.