Solidaridad, amistad, respeto mutuo, sensación de haber vivido juntos una aventura fuera de lo común: podría hablar hasta la saciedad sobre aquellos años plenos e íntegros, y me quedado con aquello, porque los efluvios excitantes de las victorias en cadena se han disipado con el paso del tiempo, y solo las hojas muertas de los palmarés recuerdan a los aficionados a las estadísticas que en aquella época un equipo que se llamaba Renault-Gitane solo dejaba a sus adversarios las migajas de un festín imperial. No puedo recordar todas las batallas ganadas por Hinault, Bernaudeau, los Madiot, Gayant, Bossis, Quilfrne, Arnould, Villemaine, Marie…
Así se sincera Cyrile Guimard en su libro hablando de esa época que hizo del Renault, el equipo más grande del mundo, el equipo del maillot más original, distinguido, respetado e incluso temido del pelotón.
Unos años convulsos, años en los que Guimard, un ciclista cuya salud le impidió sacar el palmarés que pudo haberse ganado, quiso romper con muchos guarismos del pasado para que este deporte siguiera creciendo.
Los nombres que cosieron la grandeza del Renault los cita Guimard, pero no todos. Bernard Hinualt fue el faro, el primero en la línea que alargaron los dos querubines Greg Lemond y Laurent Fignon, más jóvenes, más preparados, más sutiles, pero también poliédricos, con claroscuros.
Todos sin embargo tuvieron en común haber “nacido” para el ciclismo bajo el amparo de la marca automovilística. Lemond llegó un año antes, como el chico americano con aspecto desaliñado pero consciente de lo que se jugaba, una apuesta de alto riesgo, dejar todo al otro lado del océano y jugarlo a la suerte de las dos ruedas finas.
Pero su calidad diluyó las incertidumbres y acabó siendo el fichaje más caro de la historia, el corredor del millón de dólares, en una jugada digna del fútbol en el timorato mercado ciclista.
Laurent Fignon fue otra cosa, era genio, pundonor y orgullo al servicio de la victoria, una calidad innata que le dio el Tour a las primeras de cambio, y que repitió al año siguiente, en una edición en la que, ojo atención, los Renault no repartieron ni las migajas a las que alude Guimard.
El festín imperial incluyó triunfos de etapa de Pascal Poisson, Pascal Jules, Marc Madiot, Pierre-Henry Méntheour, la crono por equipos y Laurent Fignon, que no contento ganó la general, rozando la humillación de Hinault, ya en La Vie Claire, más el liderado de Vincent Barteau.
Aquello era el Renault…
Renault, la gran marca automovilística francesa, se metió en el ciclismo en el año 1978, cogiendo los restos del Gitane con el que Van Impe ganó el Tour a pesar de su sangre de horchata.
La fachada de aquel maillot era la tarjeta de presentación de un proyecto que caminaba en el presente, rompía con el pasado y bebía del futuro. Tanto es así que casi 40 años más tarde todavía despierta nuestra admiración y por ello hemos querido rendir tributo a las avispas del Renault-Gitane…
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